lunes, 1 de marzo de 2010

Artículos de "Mientras Tanto"

Albert Recio
Contra el ajuste “inevitable”
I
Entramos en una situación asfixiante. Con dos líneas de fuerza que nos llevan a ello: los niveles de desempleo y el crecimiento del déficit. Los padecimientos, temores, necesidades de la población sufriente parecen conjugarse con las demandas de los ineficientes y obscenos poderes financieros. Intereses contradictorios que se orientan en un mismo sentido: ¡Hagan algo! ¡Háganlo pronto! ¡Sean contundentes! Muchos añaden: ¡No teman medidas impopulares!
Ante esta presión el Gobierno Zapatero aparece como un piloto desnortado. No es capaz de presentar una línea de actuación contundente. Y cuando anuncia medidas acaba por desdecirse al día siguiente. En esta trayectoria errática hay mucho de desorientación intelectual ante un panorama no previsto Pero también refleja la dificultad de articular una respuesta al mismo tiempo aceptable para el pueblo llano (del que depende crucialmente la posibilidad de continuar en el Gobierno tras las próximas elecciones) y lo que demandan “los mercados” (un eufemismo para nombrar los intereses del capital financiero y los rentistas a escala global). Una contradicción que el mismo Gobierno es incapaz de explicar y articular, lo que refuerza su imagen de inmadurez y fragilidad, y da mayor credibilidad a las voces que claman por soluciones enérgicas.
II
Las situaciones de emergencia son propicias para los promotores de recetas simples. Juegan con la ventaja de la contundencia de sus propuestas y de la presunta rapidez de sus efectos. Y obtienen fácil aceptación de unos medios de comunicación y una población adoctrinada en la cultura del “listo para consumir” y en el seguidismo a los taumaturgos de turno.
No hay mayor simplicidad de la que ofrecen las recetas neoliberales si, además, van avaladas por los que se supone mejores mentes de la ciencia económica nacional. Cualquiera que analice en profundidad los problemas de la economía española descubre fácilmente que no hay respuestas sencillas. Que transformar una estructura productiva que ha visto desmantelar parte del sistema industrial (o perder su control local) y ha concentrado su actividad alrededor de la construcción no es tarea que se resuelva a corto plazo. Que absorber un ejército de reserva propiciado por el modelo de desarrollo ahora colapsado no se puede hacer en poco tiempo. Que alterar las enormes desigualdades sociales que están en la base de muchos de nuestros problemas, incluido el recurrente tema del fracaso escolar, generará resistencias difíciles de erosionar. Que romper con una cultura fiscal que convierte a gran parte de la población en cómplice de los grandes evasores y mantiene la depauperación del sistema público exige un proceso de acción sostenido en el tiempo... Pero esta evidencia choca, ante la urgencia, con la “matraca” de un discurso facilón e injustificado que vende, como únicas alternativas, un viejo listado de “reformas estructurales” que en la práctica se reducen a recortes de derechos sociales y laborales, a un adelgazamiento de nuestro anoréxico sector público y a nuevas medidas liberalizadoras.
Las urgencias están sirviendo también para legitimar una cultura política discutiblemente democrática. Empezando por el intento de legitimar a la casa real presentándola como una solución suprapolítica que suena más a cultura absolutista que a mediación efectiva. Y continuando por la machacona insistencia de algunos medios de comunicación de que es el tiempo de ir todos a una y de seguir los consejos de la autoridad competente (léase Gobernador del Banco de España, ‘los 100 expertos’, o cualquier otra figura de la misma camada). En cualquiera de estos escenarios volvemos al mundo de la solución única, del tecnócrata o el soberano salvador y del acuerdo basado en las imposiciones de los poderes fácticos (en este caso mercados financieros, grandes empresas y tecnocracia neoliberal).
El Gobierno no está en condiciones de sortear este peligro. Nunca ha tenido una visión distinta de la que ofrecen sus asesores aúlicos y la que demandan los poderes económicos que acotan su actuación. Y es de temer que al final la suma de presiones ambientales y la búsqueda de una imagen de actuación acabe propiciando una política de pactos que signifiquen otra vuelta de tuerca neoliberal. No deja de ser preocupante que en la actual situación un individuo como Duran Lleida, líder de un partido plagado de procesos por corrupción (algunos de ellos finalizados con condenas) se presente como la voz de la sensatez y del buen sentido de país. En la situación presente la línea de pactos conduce a un camino ya trillado, el de la reforma laboral de 1994, el de una política fiscal que socave aún más las posibilidades de las políticas públicas de reducir desigualdades y ampliar derechos sociales.
III
Estamos ante una “ofensiva del realismo mágico”, ante una realidad que exige cambios y una recetas mágicas que impiden abordarlos con seriedad. Y ante la misma lo que hay es vacío. Y unas pocas líneas de respuesta que más tienen que ver con el instinto que con la existencia de un mínimo proyecto alternativo. Negarse a los recortes de la seguridad social o al desmantelamiento de derechos laborales es lo mínimo que tienen que hacer los sindicatos y lo poco que queda de izquierda organizada. Pero va a ser totalmente insuficiente y retórico si no hay capacidad de articular un marco alternativo para situar los problemas y las respuestas y si no se construyen diques defensivos que sean eficaces ante esta nueva ofensiva del capital financiero.
En el plano de la cultura económica hay varios terrenos donde se han perdido batallas y varios espacios que no se han cultivado. Entre los primeros la aceptación acrítica del modelo europeo y la cultura de la competitividad. El primero impide abordar con seriedad propuestas de resistencia y reforma frente a un modelo institucional, el de la Unión Europea, que constituye una parte del problema. La segunda confunde los planos en los que debe articularse la política económica y conduce a una completa sumisión cultural a las propuestas del capital. Una sumisión que acaba cristalizando en la forma como se abordan muchos de los problemas reales de nuestra sociedad: la cuestión de los tiempos y la interacción entre actividad mercantil y vida social, la estructura de las desigualdades, la reconversión hacia una economía ecológicamente sustentable, la política educativa etc. Hay que empezar a crear un marco referencial donde las necesidades humanas (su relevancia, su sostenibilidad), la equidad, la cooperación social, la democracia estén en el centro de un proyecto. Lo que no evita tener que negociar con resistencias y poderes, aunque permite hacerlo desde posiciones diferentes y al mismo tiempo reconoce los obstáculos, las resistencias y las necesidades de actuación. Ya lo he sugerido en otras notas: de un planteamiento así no sólo surgen culturas de resistencia, también propuestas concretas de intervención en el plano económico convencional: sectores y actividades a potenciar, regulaciones del marco económico etc. Permite también identificar quiénes son los responsables de los problemas, cuáles son las resistencias reales a un cambio de modelo. En lo que llevamos de crisis casi nadie ha puesto nombre y marcado la responsabilidad que cada cual ha tenido en el proceso que nos ha conducido al desastre.
En el plano de la propuesta concreta creo que hay que partir de la hipótesis que, a corto plazo, va a ser difícil luchar contra la austeridad y las reformas estructurales. De lo que se trata es de impedir que este discurso difícil de discutir se convierta en un “panzer” demoledor de derechos que conduzca a imposibilitar toda alternativa. Y para ello hay que realizar una maniobra envolvente consistente en revertir el discurso dominante y transformarlo en contrapropuestas:
De un lado convirtiendo el discurso vacuo de que “este país ha vivido en el despilfarro” en el discurso concreto de en qué espacios reales aquél se produce. Hay una importante posibilidad de generar resistencias en respuestas basadas en exigir que los costes del ajuste se concentren en los más favorecidos (por provocar: quizás no podamos impedir algún tipo de congelación de salarios en el sector público, pero deberíamos evitar que afectara a los niveles inferiores y supusiera el recorte de empleos en los sectores más necesitados de personal) y en el recorte de gastos, subvenciones y ayudas realmente inadecuadas. Y en garantizar derechos y niveles básicos de bienestar a todo el mundo, haciendo cargar al sector financiero con los costes que él mismo ha generado.
De otro lado, transformando las propuestas de “reformas estructurales” en propuestas de reforma realistas. Es, por ejemplo, evidente que los problemas de la balanza de pagos se deben a una inadecuación entre producción y consumo en que tiene una importancia crucial tanto el modelo energético como los consumos de las rentas más altas, o los modelos productivos de algunas grandes empresas. Propugnar modelos energéticos alternativos o promover una imposición que desaliente determinados consumos son reformas que pueden ir en la buena dirección y cambiar el marco del debate.
Y hay un campo procedimental que tampoco puede dejar de explotarse: exigir que los tiempos y las formas de los debates sean aceptables. Pienso en la reforma laboral, frente a la que habría que exigir un debate público organizado, informado. Y en la reforma de las pensiones, donde la cuestión del envejecimiento de la población puede ser un hecho ineludible pero no la de la reforma, la de cualquier ajuste a corto plazo.
La resistencia a esta nueva ofensiva va a ser dura y difícil. Pero solo será posible si de una vez por todas se hacen las cosas de forma distinta a lo hecho hasta ahora. Me refiero a la escuálida izquierda parlamentaria, a los sindicatos y al resto de organizaciones sociales que van a ser las primeras víctimas de las reformas. Pero también a esa izquierda alternativa tan amante de un vacuo discurso anticapitalista que tiene más de salmodia que de propuesta de intervención. Los vendedores de recetas tienen poder, pero también mecanismos y estrategias que les permiten presentar respuestas articuladas como si fueran reflexiones meditadas. Y frente a ello todos los que deberían trabajar en otra dirección, más allá de momentos puntuales, han sido incapaces de generar alternativas, poner en marcha iniciativas, generar solidaridades que al menos permitan elevar voces suficientemente potentes como para mostrar que existen vías diferentes. Y con ello se desperdician muchas de las fuerzas que pueden ayudar en esta dirección. Sin ánimo de tener ninguna exclusiva, las Jornadas de Economía Crítica, de las que informamos en otra nota, son una muestra de que existe gente en el país con propuestas diferentes (y consciente además de que a las Jornadas no acude todo el mundo y que frente a proyectos concretos podría aglutinarse mucha gente más) Pero que uno sepa nadie se ha dirigido a este tipo de personas para tratar de desarrollar propuestas concretas, sólo para firmar manifiestos puntuales. Hay muchos chistes sobre la indolencia de Rajoy, pero la que manifiestan muchos de nuestros pretendidos líderes quizás les sobrepasa. Y así no hay forma de romper con las nuevas oleadas neoliberales que amenazan con arrasar las modestas victorias de cien o doscientos años de luchas sociales.


Tras las cenizas de Copenhague
José Albelda*
La cumbre de Copenhague era ante todo la escenificación de un deseo necesario: una humanidad que rectifica un camino equivocado y conjuntamente afronta el difícil reto de una cultura sostenible y equitativa en una biosfera frágil y finita. Muchos albergábamos el deseo de que en ella, la sociedad civil, la ciencia y la razón fueran escuchadas por aquellos que tienen el poder de decidir por todos nosotros.
Quizás también era necesario escenificar su fracaso. Sólo si es palpable, si vemos volar las cenizas de la esperanza en el frío aire del invierno nórdico, comprenderemos la poderosa inercia de nuestra civilización que, como todas las que la han precedido, no es exactamente dueña de su propio destino. Pues si miramos de reojo a la historia, nos daremos cuenta de que las civilizaciones no suelen modificar sus principales patrones de desarrollo, aquellos que acaban convirtiéndose en constitutivos de las mismas. En nuestro caso, el capitalismo triunfante con su letal ilusión de crecimiento continuo, y el petróleo como motor imprescindible de su economía. No era, pues, fácil, un éxito real en la cumbre, pero tampoco esperábamos un declaración tan firme de inmovilismo frente a lo urgente, a modo de garantizado blindaje ante cualquier legítima protesta ulterior. El acuerdo de Copenhague viene a decir entre líneas que el futuro de la humanidad y de la biosfera no es algo de su incumbencia, que lo que los políticos encumbrados pueden llegar a hacer son pequeños y esforzados ajustes en el sistema, es decir, a lo sumo atenuar el desastre, pues nunca la cúspide de una pirámide va a hacer nada que ponga en riesgo toda su compleja y jerárquica estructura.
Sin embargo es importante desde el principio diferenciar dos aspectos: por un lado nos encontramos con la dificultad de conseguir cambios decisivos con el actual sistema de gobierno del mundo, lo cual parece bastante improbable a la sombra de la cumbre, y por otro, con la dificultad intrínseca de dichos cambios de modelo cultural, que si bien suponen un gran reto, sí son factibles. A este respecto es muy importante no dejarnos llevar por una predeterminación fatalista, pues la austeridad y la autocontención eran y siguen siendo posibles. De hecho es uno de los más ilusionantes objetivos de progreso: mantener una vida buena para los habitantes del planeta a través del reparto y el comedimiento. Ahí es nada.
Pero junto al fracaso más patente, el de los acuerdos, entiendo que hay otro que ha pasado algo desapercibido: el fracaso de la propia estructura de representación del mundo ante un reto concreto y a la vez global. La lógica de la distribución del poder a través de los representantes políticos de los estados-nación, con su compleja y cambiante estructura de alianzas, intereses y desigualdades, no es operativa para afrontar problemas globales que deben estar por encima de intereses particulares. Por si quedaba alguna duda tras la guerra de Irak, la idea, aunque imprecisa y difuminada, de una cierta representatividad de los intereses de la gente por parte de los políticos, debe quedar definitivamente borrada. En Copenhague hemos asistido al radical ninguneo de la supuesta base de la democracia, la voz del pueblo —si se me permite la expresión— se ha visto radicalmente desoída sin que ello suponga ya ninguna sorpresa. Tras tan obscena ignorancia debe darse un replanteamiento de los modelos de contestación política. Pero como decía en un artículo reciente Alain Touraine, es improbable que la sociedad civil a través de sus múltiples organizaciones que recogen todo el espectro de la ética, pueda sustituir a los políticos en la difícil tarea del gobierno del mundo. Y sin embargo, insistía, carecemos de los cuadros institucionales necesarios para resolver nuestros problemas, necesitamos alternativas al actual sistema.
Quizás el lugar de los movimientos ciudadanos en la siguiente cumbre mundial del clima siga siendo el de un Pepito Grillo esforzado y dotado de las últimas tecnologías de la comunicación por red. Pero no olvidemos que tampoco esto ha sido bien visto en Copenhague. En la cumbre hemos asistido al castigo preventivo —miles de activistas detenidos antes de actos concretos del programa— y también ejemplificador, encarcelando durante casi un mes a unos pocos activistas de Greenpeace —señalados representantes de una organización con dos millones de socios en todo el mundo—, por burlar la seguridad "del sistema" y mostrar unas modestas pancartas de desconfianza. El totalitarismo ha dado un pequeño paso adelante en el ejemplar estado democrático de Dinamarca.
Dentro de un año, en México, ¿debemos asumir el mismo esforzado papel? ¿Habrá cambios en el guión de la represión y el ninguneo? Probablemente no los haya, y es posible que tengamos que continuar con la escenificación de la protesta para que ésta se haga tangible. Visibilizar y denunciar los crímenes parcialmente invisibles, que no por ello menos ciertos y detestables. Pero cabe aprender algunas cosas de la experiencia reciente: la argumentación veraz en este ámbito no va a ser escuchada, y sus voceros se verán cada vez más como sujetos excesivamente molestos como para ser condescendientes con ellos. A su vez, esa sociedad civil organizada que estaba en las calles de Copenhague haría bien en interiorizar el pensamiento político, aquello que tiene que ver con la gestión del poder en la polis global. La vieja idea —que algunos empezamos a susurrar de nuevo— de recuperar la política desde unas coordinadas distintas a la llamada democracia representativa, una política mucho más horizontal y participativa donde el concepto de ecosocialismo necesariamente ha de ser una de sus principales raíces. El cómo sigue siendo la piedra angular. Lo dejamos para una próxima entrega.
[*Profesor de Ecología, Arte y Cultura Contemporánea, Universidad Politécnica de Valencia]

Tormenta en Grecia, calma chicha en Bruselas
Albert Recio
I
Clima y economía parecen haberse conjurado este invierno para atacar juntas el Sur de Europa. Puede que los desastres que han provocado los elementos sean el resultado de un mero proceso aleatorio o de un mal momento de un ciclo natural. Aunque bastante tiene que ver, al menos en sus efectos, el tipo de urbanismo descontrolado practicado en las últimas décadas. Y lo que sin duda no puede achacarse a los “elementos externos” es el tipo y la forma que adquiere la crisis económica actual. Una borrasca global que va arrasando por donde pasa: Islandia, los países bálticos, ahora Grecia. Y con la península ibérica en el punto de mira.
La crisis que padece la economía mundial y que se manifiesta de forma más cruda en algunos países es un resultado previsible del desarrollo económico impulsado por el capitalismo triunfante tras la crisis de la década de 1970s. Con la muerte del keynesianismo se pusieron las bases de la liquidación del único intento serio de articular un capitalismo “civilizado” y se quebraron muchos de los mecanismos regulatorios que evitaban que el sistema evolucionara hacia su peor versión. Pero, como resulta cada vez más evidente, la ley de Murphy parece ser la dinámica dominante y las cosas pueden en efecto empeorar.
II
Los problemas de Grecia tienen elementos comunes con los que padecen España y Portugal. Los tres países se caracterizan por combinar, en el momento actual, dos déficits importantes: balanza exterior y deuda pública. El primero es en gran parte el reflejo de su posición en la economía mundial, su especialización económica. Pero es también el resultado de las opciones que a lo largo del tiempo han adoptado sus élites políticas y económicas y del diseño de construcción europea perpetrado en el Tratado de Maastricht y sucesivos. Un modelo de unificación comercial entre territorios de estructura económica muy diversa por amplitud del mercado, estructura tecno-productiva, cultura industrial que al integrarse sin trabas comerciales ni políticas compensatorias tenía todas las posibilidades de reproducir y amplificar, como en parte ha ocurrido, las desigualdades iniciales. Sólo en los teoremas económicos más abstractos y basados en hipótesis de escaso realismo se puede llegar a la conclusión que una eliminación total de barreras económicas se traducirá en un armónico equilibrio territorial. En el caso que nos ocupa el papel que juegan las economías de escala, las grandes empresas, la concentración de centros tecnológicos, o la especialización en bienes sofisticados hacía prever que serían los países “más atrasados” los que acabarían experimentando mayores problemas productivos. Grecia y Portugal son de los pocos países europeos con los que España mantiene un excedente comercial y ello se explica en gran medida por los factores que acabo de citar, algo que en cambio ignoran los que siempre confunden competitividad con bajos salarios.
El modelo de integración europeo ha propiciado, además, otras dinámicas que han reforzado los malos resultados que podían derivarse del modelo productivo. De una parte el Euro ha significado una posición monetaria común para países con estructuras productivas muy diversas. Una posición que en el caso de una moneda revaluada genera siempre problemas a aquellos territorios especializados en la producción de bienes que experimentan mayor competencia de otros territorios. La elevada apreciación del Euro ha acelerado las dinámicas desindustrializadoras de los países del Sur de Europa (excepto en algunos sectores, especialmente italianos, especializados en la producción de bienes sofisticados). Y el contar con una moneda fuerte ha posibilitado al mismo tiempo acceder a unas entradas de divisas que han hinchado las burbujas especulativas y facilitado la convivencia con un endeudamiento exterior creciente. Algo a lo que también han contribuido, por su especial diseño, muchas de las transferencias de fondos comunitarios con los que se trató de compensar el impacto de la Unión.
Cuando la crisis se ha manifestado en todo su rigor la “arquitectura” comunitaria ha mostrado todos los problemas que en su día denunciamos los críticos con Maastricht. Especialmente el de la ausencia de una política industrial y presupuestaria común que trabajara por generar una economía más integrada y unos mecanismos que favorecieran los ajustes a las áreas en dificultades. La ausencia de estos mecanismos no sólo ha generado graves problemas a Grecia sino que ha puesto en peligro gran parte de la estabilidad comunitaria. Los jerifaltes europeos se han volcado a una nueva representación de teatro político en apoyo de Grecia, aunque sin concretar un plan de ayuda. Y generando nuevas presiones para que sea el propio país el que asuma un ajuste drástico, especialmente el adelgazamiento del sector público, lo que dada su posición en el contexto europeo sólo puede generar una nueva dinámica de deterioro económico y social.
III
La grandeza de un proyecto se muestra en las situaciones de crisis. La respuesta de la Unión Europea ante la crisis ha sido más bien la de no sabe/no contesta. El papel del Banco Central Europeo, la megainstitución comunitaria, ha sido menos que mediocre. Cuando la crisis ya estaba en avanzada gestación, aprobó aumentos de los tipos de interés, en respuesta al alza de las materias primas, que ayudaron al descalabro de muchos pequeños acreedores. Después se ha limitado a ofrecer dinero a coste cero a los bancos causantes de la crisis y a pontificar sobre la necesidad de reformas laborales y recortes del gasto público. Poco o nada se ha avanzado en el embridamiento de un sistema financiero absolutamente desestabilizador.
La crisis “griega” refleja problemas estructurales de fondo, pero es también el resultado del descontrol de los mercados financieros. Empezando por el papel que jugó Goldman Sachs en el maquillaje de la deuda griega. Algo que confirma lo que más o menos se sospechaba: que algunos milagrosos ajustes presupuestarios anteriores al Euro debían más a la contabilidad creativa (la misma que ha favorecido las más recientes burbujas financieras y las estafas más sonadas: Enron. Madoff, etc.) que al efecto de un cambio en las políticas. Lo que culmina con la actual especulación contra el Euro y la deuda griega, posibilitada por los mismos mecanismos que han generado la crisis financiera y posiblemente protagonizada por los mismos actores que la provocaron. No deja de ser curioso, observando los resultados financieros de 2009, que mientras muchas grandes empresas muestran caídas sustanciosas de sus beneficios (lo que es normal cuando la demanda se contrae), bastantes de las primeras firmas bancarias (los grandes bancos estadounidenses, Deutsche Bank, Credit Suiss, Santander....) presentan espectaculares aumentos de ganancias que seguramente deben atribuirse a la combinación de ayudas públicas recibidas y operaciones financieras de largo plazo.
Empujar a un país a un duro ajuste económico es fácil. Sobre todo si el que lo hace tiene resortes de presión contundentes. Lo difícil es recomponer un tejido social y productivo destrozado, promover políticas que permitan mantener derechos sociales básicos. Nada de eso está en la agenda de las instituciones europeas, ni en las ideas de sus arrogantes asesores. Tantos años de creerse y predicar modelos de economía mágica, donde los individuos responden automáticamente a unos pocos estímulos, donde no importa cuáles son sus recursos, donde se ignoran las sofisticadas redes de poder económico, donde el tiempo no existe y las respuestas son instantáneas, donde la productividad es el simple resultado del mérito individual... han abotargado conciencias y sensibilidades. Y han dejado la gestión económica colectiva en manos de irresponsables sociales. Una vez, Keynes dijo que muchas ideas económicas eran rehenes de las teorías de algún economista muerto. Ahora más bien parece que estamos en manos de un verdadero ejército de zombies.
IV
Los fallos de la UE deben achacarse a la hegemonía neoliberal y al poder que tienen los grandes lobbies. Pero esto es sólo una parte de la historia. Hay también una raíz “populista democrática” que está en la base del modelo. Y que explica porqué casi ningún político es capaz de ofrecer ideas diversas. Es una base que arraiga en el nacionalismo económico y la difusión del imperialismo eurocentrista que predomina en la visión de muchos ciudadanos. Un nacionalismo que considera que los avances de una economía son el resultado del mero esfuerzo de la nación y que ignora las complejas interrelaciones de cada economía nacional con su entorno exterior: la depredación ecológica del mundo entero, el intercambio desigual y el imperialismo sobre otros pueblos son aspectos que simplemente se ignoran. Es una visión que no sólo se nutre de estrabismo económico, también mucho de un autoconvencimiento de que el resto de pueblos, grupos sociales desfavorecidos, etc. son realmente inferiores y cualquier ayuda que se les preste debe ser hecha con reticencias. Las formas de este desprecio del pobre han variado con el tiempo, pero son palpables y visibles, incluso en muchos de los debates de politica interior donde se enfrentan regiones o nacionalidades diversas. Para muchos habitantes de los países más desarrollados es convincente la explicación de que los males de los países vecinos lo son por mérito propio. Hace unos años, por ejemplo, era un lugar común en muchos mentideros considerar que los males de África se reducían a un problema de corrupción local. Y esta misma reticencia persiste entre países europeos: los del Sur o los del Este somos poco de fiar.
Bastante de ello se traduce en la construcción europea: el miedo a que la ingobernabilidad del Sur ponga en crisis el proyecto explica parte de las restricciones excesivas al déficit público o al bloqueo de toda iniciativa de crear un mínimo estado de bienestar a escala comunitaria.
La crisis griega ha destapado de nuevo estos temores y alienta respuestas populistas que acabarán traduciéndose, si triunfan, en nuevas imposiciones a los países en dificultades. Y que pueden tener el efecto añadido de reforzar las múltiples y peligrosas tendencias populistas que promueven salidas irracionales a la crisis y que conllevan consigo nuevas cargas de racismo, xenofobia y aislamiento exterior. Efectos colaterales de una crisis económica que ante la ausencia de alternativas globales y de actores que las defiendan parece acercarnos paso a paso al corazón de las tinieblas.


XII Jornadas de Economía Crítica
Del 11 al 13 del pasado febrero se celebraron en Zaragoza las Jornadas de Economía Crítica, de periodicidad bianual y que reúnen a una parte de los economistas heterodoxos del país (con la presencia habitual de amigos de otros países, especialmente latinoamericanos). Como en anteriores encuentros, las actividades se dividieron en plenarios (cómo no, dedicados a la crisis económica), sesiones de áreas de trabajo y sesiones transversales. Quizás uno de los hechos más interesantes de esta edición fue la constatación de un acercamiento creciente entre las distintas sensibilidades que predominan entre los participantes (por expresarlo gráficamente: la verde, la roja y la violeta) lo que anima a pensar que empiezan a darse condiciones para desarrollar proyectos alternativos que den respuesta a las tres crisis superpuestas que caracterizan el momento actual: la económica convencional, la ecológica y la de los cuidados (o de la sostenibilidad social). También que la mayoría de ponentes principales fueran personas jóvenes, lo que supone un relevo al núcleo de viejos rockeros que en 1989 pusieron en marcha las jornadas. Entre las actividades del encuentro se elaboró el manifiesto que reproducimos y que, como es habitual, ignoraron los medios de comunicación (excepto el diario Público, que dedicó dos páginas a relatar el encuentro). Quizás más penoso que el apagón mediático es el hecho de la poca atención que estos trabajos suscitan en la pretendida izquierda institucional del país.

Manifiesto de las XII Jornadas de Economía Crítica Zaragoza 2010
Las XII Jornadas de Economía Crítica se han realizado los días 11, 12 y 13 de febrero en Zaragoza bajo el título de “Los retos de la ciencia económica ante la crisis”, en la que se ha llegado a un amplio consenso sobre la caracterización de la actual crisis económica y sobre un conjunto de propuestas:
· La crisis es sistémica, financiera, económica, ecológica y social. Es una crisis del Capitalismo. Se desencadena en el ámbito financiero y en España actúa sobre unos fundamentos económicos precarios, mantenidos durante las décadas precedentes e impacta sobre un modelo específico, inviable ecológica y socialmente a medio y largo plazo. Es totalmente erróneo e interesado atribuir la causa de la crisis económica española al mercado laboral y al gasto social.
· La política seguida por el gobierno español hasta 2010 ha estado caracterizada por dos rasgos. Primero, la utilización errática y regresiva de la política fiscal. Segundo, un discurso, más ceremonial que operativo, sobre la necesidad de cambiar el modelo económico español, sin plantear los cambios radicales necesarios.
· No es admisible mantener un tipo de regulación que permite a los sectores financieros internacionales –principales beneficiarios de la mayor parte del gasto público– continuar con actuaciones especulativas y que, al mismo tiempo, degrada el trabajo, las relaciones y los derechos laborales y recorta el gasto social.
· Por estas razones, la Asamblea de las Jornadas de Economía Crítica propone:
Abordar con visión integral los problemas y la orientación de la economía española: con criterios de sostenibilidad ecológica, de reparto justo de la renta y del tiempo de trabajo, reconociendo el cuidado de las personas que tiene lugar en el ámbito doméstico.
Considerar que el objetivo de las políticas públicas ha de ser el bienestar y la sostenibilidad y no el aumento del Producto Interior Bruto
Establecer una política de gasto público para crear empleo de calidad y defender las condiciones laborales y de vida de los colectivos especialmente golpeados por la crisis.
Poner en marcha una reforma fiscal progresiva que aumente los ingresos públicos y acabe con el fraude fiscal.
Desarrollar una política de inversiones y servicios públicos acorde con las necesidades sociales y medioambientales.
Reestructurar el sector financiero con regulación efectiva, una banca pública y control social de las cajas de ahorro.
Fortalecer el sistema público de pensiones de forma que garantice un nivel de ingresos digno a la ciudadanía.
Adoptar una postura decidida que rompa las restricciones actuales de la UE (Pacto de Estabilidad, presupuesto insuficiente,…), para adoptar una política económica que oriente los procesos económicos al servicio de las personas.
Revisar y modificar la enseñanza de la economía, ya que la economía convencional y el fundamentalismo de mercado, dominantes en todos los niveles educativos, han favorecido la situación de crisis actual y la marginación de modelos y propuestas económicas sostenibles y de futuro.
Zaragoza, 13 de febrero de 2010

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